Lamento argentino, se terminó la ilusión para el hincha argentino que desde unos días antes al mundial se inyectó la dosis de apoyo total a su selección. Se tomaron las calles de Moscú, sus cánticos se escuchaban a varios metros de distancia, pero su ímpetu por la copa llegó hasta el último día de junio.
La crónica de su muerte anunciada culminó hasta el partido contra Francia que perdieron 4-3. Los aficionados que no pudieron estar en el estadio Kazán, Arena tuvieron que buscar opciones para poder ver el encuentro. Debido que el Fan Fest de Moscú en la colina de Los Gorriones no lo habilitaron por precaución, anunciaban fuertes lluvias y vientos.
La opción para la hinchada argentina fue el pabellón que ha montado México, en el Gostinyy Dvor, que cuenta con tres pantallas gigantes, viable para la enorme cantidad de aficionados que lo disfrutaron desde este sitio.
Los nervios, las oraciones, las emociones todo era tan palpable como si se estuvieran en el mismo estadio sufriendo y gozando por su selección.
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Los cánticos, el vamos, vamos Argentina se escuchaba fuerte en el Gostinyy. La cantidad de personas y el lugar cerrado también había subido más la temperatura.
Comenzó el partido, unos muy animados otros nerviosos pero muy pendientes de las pantallas. Caía el primer gol a favor de Francia y aquello comenzaba a derrumbarse en el rostro de los aficionados.
Pero luego vino el empate y volvía la serenidad. Eran emociones de ir y venir. Luego Argentina le da vuelta al marcador, ya con ventaja de 1-2 los argentinos festejaban la victoria momentánea.
Pero la ilusión poco a poco comenzó a derrumbarse. La selección de Francia empató y todo era desilusión para los argentinos.
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Los rostros largos, los jalones de cabellos, las uñas más cortas, las miradas sumergidas sobre las pantallas eran más constantes. Luego vino el doblete de Kilyan Mbbapé y la sonrisa se desdibujó.
Argentina le dijo ciao ciao al mundial. Le tocará armar las maletas así como los aficionados abandonaron el recinto con llanto y mucha tristeza.
Ahí, en una esquina, quedó la bandera de El Salvador con sus sagrados azul y blanco. Para la posterirdad en Rusia.
Al caminar por la Plaza Roja, en estos tiempo de Mundial, siempre se debe ir despacio y observando todo alrededor porque en algún sitio hay alguien cantando, tocando algún instrumento o haciendo algo peculiar. En cualquier esquina uno se encuentro algo que sorprende, que ilusiona.
Hoy sobre la plaza Lubianka, donde generalmente pasa la mayoría de aficionados en las cercanías de la Plaza Roja, estaba un grupo de personas observando y haciendo fotos a un cuadro que mide cerca de un metro cuadrado. Todos buscaban un espacio para observar pero más para dejar el recuerdo de su país.
El cuadro estaba lleno de banderas de los distintos países, pero El Salvador no aparecía. Y no se podía quedar así. No podíamos llegar tan lejos sin dejar un recuerdo. Espacio ya no había porque casi todo estaba ocupado y aunque siempre llegamos tarde a la hora de distribución, el salvadoreño siempre se las ingenia.
A eso hay que agregar que la pintura casi estaba por acabarse, así que había que poner rápido las manos a la obra. Aunque era una bandera diminuta, comencé primero con los trazos azules, luego el blanco y finalmente las tres letras: ESA. Allí quedaron los colores patrios que en cualquier parte del mundo siempre se hacen notar.
Colocar la bandera de El Salvador, aunque sea pequeña, fue significativo, porque en medio de esa gran cantidad de banderas también está nuestro país.
Brasil es el más sobresaliente, pues le dibujaron una gran bandera, al igual que su nombre. La bandera de El Salvador es chiquita, pero visible para todos. Pasa lo mismo con los aficionados salvadoreños que han asistido a la Copa del Mundo, que son pocos pero resulta fácil identificarlos rápidamente porque siempre andan el azul y blanco en la espalda o en el pecho.
Roberto Guerra, salvadoreño que llegó a Rusia esta semana para presenciar el Mundial. Pasea por las calles de Moscú con su bandera.
Todos los días, siempre que hay un partido en cualquiera de una de las 12 sedes mundialistas, allí estará el batallón de fotoperiodistas. Madrugamos, somos los hijos del estadio.
Para empezar se hace una fila mientras habilitan el acceso a la entrada de medios. Todos tratan de ser el primero. Luego de pasar el chequeo con todo el equipo, empieza la otra carrera por llegar a las oficinas del centro de medios para que nos entreguen un número de ticket, de acuerdo a la prioridad que uno tiene en el partido.
Generalmente son tres prioridades y las primeras las ocupan los fotoperiodistas de los países que juega ese día. En las otras categorías lo importante de llegar temprano es agarrar los primeros números, para que cuando sea el turno, dos horas antes del juego, tengamos la oportunidad de elegir un buen puesto dentro de la cancha.
Se lee un poco complicado, pero generalmente en un partido buena parte del día se pasa en el estadio. Para cuando llegue el momento de la acción, que es lo que más nos motiva y nos pone chispa, ya habrán pasado mínimo unas cinco horas. Ni los propios jugadores llevan ese tiempo en el recinto deportivo. Gol a favor para los fotoperiodistas.
Un partido para tomar el café
El estadio Luzhniki sería la casa para el juego entre Dinamarca y Francia que desde que se armaron las llaves se pintaba como uno los mejores en esta primera fase de grupos. Pero no lo fue.
Los que vivimos el juego desde la cancha fuimos testigos de la poca hambre de gol de las dos selecciones. Hasta se cubrían la boca para decirse algunas cosas. Entre traslado del balón, de una banda a otra, comenzó la silbatina del público porque no profundizaban y no ocasionaban jugadas peligrosas de gol. Parecía que era momento de café para quitar el sueño y los bostezos de los aficionados.
Aunque el estadio se llenó en su totalidad, los tres momentos claves de ambas aficiones fue el himno, la ola y la silbatina. Nada más. Hasta el público se observó apagado, con pocas fuerzas para alentar a las selecciones que mostraban poco en la cancha y se aferraban al empate.
Si desde arriba el estadio Luzhniki tiene una imagen increíble, pues desde abajo es indescriptible. Aún así todos nos quedamos con bostezos y esperando más. Otro día en el estadio se ha ido levemente, así como se va poco a poco la luz del sol en Rusia.
Nizhny Novgorod está apenas a 430 kilómetros de Moscú y es uno de los lugares más tranquilos con los que me he topado en Rusia. Y vaya que eso es un milagro, tomando en cuenta la fiebre mundialista.
Quizá se debe a que el estadio de esta localidad solo albergará cuatro partidos de la primera fase, uno de octavos de final y uno de cuartos de final… y en ninguno está la selección rusa, al menos por el momento.
Las calles se encuentran descongestionadas. Todos caminan libremente y poco es el ruido de los hinchas, no como en Moscú o San Petersburgo, donde hay caravanas, un grupo musical en cada esquina o aficionados con cánticos y bebidas.
Nizhny es muy diferente. Para el partido entre Rusia contra Uruguay la mayoría que ingresó a la zona del Fan Fest eran rusos que querían ver a su selección. Resultaba complicado encontrar a infiltrados de otras nacionalidades, pero sí estaba un grupo de panameños que iban de pasa a Saransk, al Mordovia Arena, donde el 28 de junio juega Panamá contra Túnez.
La parte del Kremlin queda en lo alto de la ciudad, donde se visualiza el estadio y los ríos que lo rodean. Nizhny es solo un sitio tranquilo pese a tener una población de 1.2 millones de habitantes.
Vista del estadio de Niznhy, junto a la catedral de Alejandro Nevski.
Llegar a la una de la madrugada te permite apreciar verdaderamente la noche en Rusia, por aquello de las noches blancas y el hecho que el sol se oculta hasta ya bien tarde. Esa es la parte romántica, pero tener que tomar un taxi a esa hora, con la desconfianza que provoca no saber si es seguro o no, termina por trastornar el hermoso cuadro que pinta la ciudad rusa de Niznhy.
Buscar el hotel también es complicado debido a las calles bloqueadas. Cerca está el estadio de Nizhny Novgorod y el tráfico se descontrola un poco, pero observar el escenario deportivo iluminado en la noche vale esa pena.
Niznhy es amigable desde la llegada, pero a lo que llegamos desde zonas vulnerables todo nos da desconfianza. De pronto un señor se acercó ofreciéndome taxi y yo, que no le había preguntado a nadie tratando de ser cautelosa por aquella psicosis que se vive en El Salvador, dude en decirle que sí. Pero me generó confianza y tomé el riesgo… aparte del cansancio que ya arrastraba. El dilema era como entendernos y nos empezamos a comunicar a través del teléfono móvil. Así me dijo el precio de la carrera y considerando la hora era razonable.
Tomamos la ruta hacia el hotel, pero ya se le había olvidado la ubicación y me dijo que le recordara la dirección. Saqué el documento para revisar y me preguntó qué idioma hablo. Con fuerza le digo que español. Configura su móvil de ruso a español y quedé sorprendida al ver que estas aplicaciones sí funcionan.
Así me relató que tuvo una novia de España que se llamaba Olga, que era bailarina y que viajaba mucho. Pero que no había aprendido a hablar mucho el idioma español.
El ruso normal no va al estadio
Dmitry, el taxista, agarró cuerda y no soltó el teléfono durante todo el camino. Le pregunté si tenía pensado asistir a algún partido, pero respondió que no, que las entradas para cuartos de final estaban muy caras, que él era pobre y no era capaz de dar un equivalente de 400 euros por una.
Emocionado no paraba de decirle cosas al celular para que me las tradujera. Claro, yo iba pendiente de la carretera, por aquello de algún accidente, pero a él no parecía importarle.
En el hotel observé que la recepcionista tenía el mismo perfil: amigable. A la mañana, ya con luz de día, decidí caminar al estadio para el partido entre Inglaterra y Panamá porque las calles estaban bloqueadas, lo único que nos dividía entre mi destino era un río que parece lago, porque el estadio se encuentra rodeado de dos ríos, el Oka y el Volga.
El estadio de Niznhy, junto a la catedral de Alejandro Nevski, visto de día.
Su vista era increíble desde la calle Nizhnevolzskaya por que junto al estadio se observaba la catedral de Alejandro Nevski.
De camino al estadio tocó que caminar un poco, pero el clima era muy diferente al de San Petersburgo. Allá todo era fresco y la mayoría utilizaba suéter. En Niznhy comenzaba a subir la temperatura y de 27 llegó hasta 32 grados centígrados. Era un calor que agotaba las energías.
En Nizhny las personas siempre buscan la forma de saber a qué se dedica uno. El comportamiento de los habitantes es cortés y aunque no he recorrido en su totalidad esta ciudad puedo decir que es agradable, pese al calor sofocante, saber que la ciudad es amigable y que muchos se esfuerzan por entender a los que hablamos español.
Brasil contra Costa Rica era un partido que prometía una latitud diferente al resto. Sin embargo fue una atmósfera donde ambos equipos no se arriesgaron ni buscaron el gol como se esperaba.
Brasil lo intentó un poco más y le valió para ganar sobre el tiempo de reposición gracias a los goles de Philippe Coutinho y Neymar.
Pero esta no será una crónica del partido sino una percepción del comportamiento de los jugadores dentro de la cancha. Empezaré por el que busca atraer siempre la atención: Neymar. Un jugador que hace mil cosas para poner todos los focos a su dirección como el único director de la banda verdeamarela.
Busca las faltas y en otras las exagera. Reclama al árbitro cualquier entrada y al final siempre termina en el césped. Toma el balón rápidamente cuando hay una falta; es la primera opción para ejecutar un tiro libre, un penal…Todos los focos son para Ney.
Neymar, la figura brasileña
Y es que Neymar se lanza y todo y exige penal. Él ya tiene el balón en sus manos e intenta presionar al árbitro Bojorn Kuipers para que le señale todo con poco éxito porque el neerlandés no se traga uno y demuestra conocer la picardía del astro del PSG.
Pero hubo penal, Bojorn no se lo traga y pide revisión del VAR, dudando si realmente era o no falta. Confirmado: No era penal pero tampoco tomó la tarjeta amarilla para amonestarlo, como si lo hizo minutos después luego de un reclamo airado del ex azulgrana.
Marcelo alzó sus manos en señal de inconformidad pero el partido siguió su curso al igual que el marcador. Un jugador que suele ser expresivo en la cancha, al igual que Casemiro, no tuvieron el protagonismo que en el Real Madrid con sus reacciones. Esto es Brasil y las cirscuntancias son diferentes.
El que si es sereno bajo el travesaño es Keylor Navas. Frío y calculador como pocos, el meta de los merengues era el principal referente de la selección centroamericana. Muestra seguridad y control en su área.
Un portero que al final del encuentro fue el único que tuvo el gesto de despedirse y agradecer al público tico por apoyarlos.
Pero Neymar no es así. Luego del gol se desbordó en llanto y al final terminó cubriéndose el rostro y las lagrimas como una muestra de que luego de haber superado la lesión regresa y con el gol.
Jugadores como Coutinho, Paulinho, Thiago Silva se dedican a jugar y no reclamar. Y luego tenemos a los aficionados que dan cuerda a su creatividad y siempre presentan los mejores atuendos como sombreros, ropa, pinturas, pancartas… La verdeamarela sufrió y todavía no tiene los deberes hechos.
Misha y Nastya decidieron casarse hoy. Luego celebraron en San Petersburgo.
Boda, turismo y mucha euforia por el fútbol se siente en la calles de San Petersburgo, por donde hoy me costó moverme, debido a la gran cantidad de aficionados que ya deambulan en esta ciudad rusa. El peregrinaje de los hinchas inicia sobre la calle Nevsky Prospekt y llega hasta el Fan Fest o hacia el Museo Hermitage.
En tiempo de Mundial la fiebre se desata y las calles de San Petersburgo cada vez se ven más pobladas de aficionados brasileños, ticos, argentinos, peruanos… es una mezcla de naciones bajo la misma sinfonía. En cada rincón hay un viajero orgulloso con los colores de su bandera y aunque no entienden ruso, se la pasan bien.
San Petersburgo ofrece un abanico de destinos a los aficionados, cuando no están viendo fútbol. Uno de ellos es el Palacio Peterhof, a unos 45 minutos en vehículo. Está a orilla del Golfo de Finlandia y es uno de los Patrimonios de la Humanidad llamado Centro Histórico de San Petersburgo.
Todo turista que lo ve queda impresionado y le brillan los ojos. Es tan fascinante incluso para los mismos rusos, como el caso de Misha y Nastya, que decidieron realizarse la sesión de fotos de su boda en este lugar, como un sello imborrable de su amor.
Posaban de una forma y otra tratando de tener muchos ángulos del majestuoso lugar. Se les notaba la emoción y Nastya, que se defiende un poco con el inglés, dijo que se casaron en esta fecha por que “es emocionante conocer a los fanáticos del fútbol”.
El hermoso Palacio Peterhof recibió a miles de turistas esta semana.
Un minuto de silencio…
Cerca de la Catedral del Salvador, en la plaza Konyushennaya, se desarrolló el Fan Fest de San Petersburgo, con tres pantallas para los aficionados.
Lo más curioso es que hubo un minuto de silencio para los pocos aficionados argentinos que se acercaron con la ilusión de ver ganar a su equipo, pero que se fueron humillados luego de ver el 3-0 que les metió la Croacia de Luka Modric. Lukita para los más cercanos.
Aficionados en el Fan Fest de San Petersburgo, donde vieron la derrota de Argentina ante Croacia.
Eran pocos los argentinos en el Fan Fest, pero estaban evidentemente frustrados y ocultaban sus camisas bajo los abrigos. Se fueron en silencio, contrario a como llegaron.
Dependen de uno solo, de Messi claro. “Pero si no hay nadie que le ayude no pueden hacer nada”, analizaba Gustavo Ortíz, quien lleva más de 20 años dándole seguimiento a la selección albiceleste como fotoperiodista.
Desde el Fan Fest se sentían más los nervios y aunque había mucha gente al final no fue posible gritar más. El minuto de silencio por los argentinos se impuso.
El estadio de San Petersburgo, con un estilo arquitectónico particular que lo hace parecerse mucho a una nave espacial, es un estadio nuevecito nuevecito construido expresamente para esta máxima fiesta.
Se encuentra justo en el centro entre el río Neva y un parque de atracciones al que se denomina la Isla Krestovsky.
Llegar a este escenario no es nada fácil si lo hacés del lado del parque de atracciones, es un recorrido de al menos seis kilómetros. Sin embargo, la oportunidad de caminar entre una senda rodeada por árboles, básicamente coníferas, y disfrutar de un clima así de fresco, fácilmente los 15 grados, fue una terapia para todos los que nos dimos cita al estadio.
Y aunque el otro acceso al escenario por la estación de metro Novokrestovskaya, que es la más próxima, parece más fácil y más cómodo, la mayoría del público extranjero, asiático sobre todo, eligió la vuelta larga.
Grupo LPG también se tomó esta caminata previo al partido Rusia contra Egipto, el primero que veremos a ras de grama en esta ciudad hermosa y cosmopolita.
Llovió fuertemente por la noche y eso le dio un tono gris e invernal al amanecer, pero conforme el día fue avanzando, la humedad cedió un poco, aunque hay un olor en el aire que juraría es a hielo, a escarcha. Púchica, es lo que pasa cuando metés a uno de nosotras, hijas del Trópico, en estos lugares.
En otras palabras, el clima no fue feo pero sí algo incómodo si no cuentas con la ropa idónea. Para mi favor, el estadio tiene una cubierta retráctil, una cosa espectacular, y su campo es antideslizante, de ahí que el recinto puede albergar todo tipo de certámenes y actos a lo largo del año: incluso en invierno, la temperatura en su interior se mantiene siempre a 15 grados, me cuentan. Ni me quiero imaginar el frío que debe hacer por acá en esa época del año, ¿cómo hacen los latinos para soportar ese frío? ¿A puro vodka?
Claro, el fútbol calienta todo, la pasión de los aficionados aumenta centígrados conforme el torneo avanza y la sensación de que cualquiera le puede ganar cualquiera cuece.
Y así, desde la noche del lunes Egipto comenzó a calentar el partido y darle un tono más simpático a San Petersburgo.
Muchos aficionados animaban las calles con sus cánticos para Mohamed Salah, y esa fue la tónica de toda la noche del lunes. Al oírlos, suenan como un coro onomatopéyico, algo así como un zumbido que al poco rato interpretas como “MoooooSalah”, como si fueran unas chicharras chifladas que hablan en lenguas; luego me pierdo en lo que dicen pero la reverencia con que lo hacen te enchina la piel… Bueno, eso y el frío.
La selección rusa también cuenta con su fanaticada, seguidores no solo del país que representan, sino una afinidad que abarca varias fronteras como el caso de una familia de Mongolia que junto a sus dos hijos que apoyan a Rusia por considerarlo “un vecino amistoso”, o al menos eso es lo que entiendo en su incomprensible inglés.
CERCA DEL FARAÓN
Estoy ubicada cerca, muy cerca del tiro de esquina, tanto que puedo ver a los jugadores a apenas unos 5 metros, y ni se diga cuando cobran un córner.
La perspectiva desde acá es de lo más emocionante porque no sólo estás a un palmo de metros de los protagonistas sino que, comparada con toneladas de juegos de la liga mayor que me ha tocado cubrir, la velocidad a la que se juega es pasmosa, una cosa que no te cabe en la cabeza.
Eso… y Mo Salah.
Todos los fotoperiodistas estábamos allí para captar la mejor instantánea de Salah, salvo algunos rusos que cada vez que se aproximaba y no soplaba la flauta, se congratulaban de modo poco diplomático.
Adentro sentías un frío hasta los tuétanos, con muchas ráfagas de viento… la temperatura de trabajo al ras del engramillado quizás rondó los 11 grados a nivel de sensación térmica. Pero la noche pintaba caliente para los rusos, que pronto vieron cómo la inercia del encuentro fue completamente favorable.
Me descorazonó un poco verlo tan triste a Salah, me quedó la impresión de
un verdadero patriota, de un hombre muy respetuoso del dolor
de sus paisanos en las gradas, y un profesional y un caballero con sus
contricantes y cuerpo arbitral. Me atrevo a decir que los suyos fueron por unos largos minutos y hasta que
se retiró del terreno, despidiéndose honroso de sus fans, los ojos más triste del Mundial.
Rusia es la casa de 77 millones de mujeres… eso es 10 millones más rusas que rusos.
Y aunque decir que el fútbol no tiene barreras de sexo es un lugar común, por las gradas de los estadios moscovitas y ayer en el inmenso FanFest de la capital rusa, se aprecian tantas mujeres como hombres, viviendo este mes sabático con la misma pasión.
“Amo el fútbol porque amo el espíritu del juego, el jugar en equipo, el construir como equipo, y eso es algo que el mundo necesita, que mi país también necesita cultivar”, nos explica la egipcia Dalia, una joven de 23 años, su presencia en estas tierras, apoyando a “los Faraones”.
Me encuentro a Dalia camino a la concentración de la selección argentina, que decidió quedarse encerrada en lugar de reconocer el campo del estadio Spartak, adonde debutará hoy (a las 7 a.m. hora de El Salvador) contra Islandia, ¿una mezcla de Frozen con la Cenicienta, no?
Y en vía hacia Bronnitsy, situada a 60 kilómetros, también conversé con Camila Libardi, una simpática brasileña que llegó desde Sao Paulo porque el fútbol le parece feliz, y con eso le basta. En el fondo, lo que me está diciendo es que no hay un motivo en particular porque le deba o no gustar, simple y sencillamente “let it be”, y dejarte llevar.
Aún más sonriente luce Raquel Weitzman, una argentina de 38 años muy relajada radicada en Israel que sostiene que tomó la decisión de venirse a ver el Mundial en noviembre de 2016, cuando visitó a su familia en Buenos Aires y se citó con unos amigos de la primaria. “Y entonces le dije a mi marido, ‘me voy a ver la Copa dentro de dos años. Si querés venir, estás invitado’. Y comenzamos a ahorrar plata, dejé a mis tres hijos con una niñera. Digo, había que cumplir este sueño.”
Al llegar a la concentración, llama mi atención un trío de fans que manipulan una pequeña estatuilla de Lionel Messi rodeado de aficionados, una cosa preciosa a la que reverencian tanto como si fuera un huevito Faberge.
Son Romina Barrientos, Javier Heredia y Mariano Heredia, unos salteños que se animaron a venirse a Rusia para entregarle a Lionel Messi un diorama (una maqueta, pues) inspirado en su persona. Romina habla poco pero está acá tras venirse en la misma procesión futbolera que sus paisanos: “Lo menos que espero es que Argentina llegue a cuartos de final”, sentencia.
Termino el día en la Colina de los Gorriones, un descampado enorme que queda en lo alto de la geografía moscovita, con una vista impresionante del estadio Luzhniki y adonde se ha instalado un FanFest con pantallas gigantescas para que los aficionados que no consiguieron entrada puedan pasarlo bien.
Mientras platico con una uruguaya, Andrea Josefina Giucci, José Giménez se eleva y con un cabezazo que desde ahora entra al libro del fútbol uruguayo, resuelve el serio problema del partido contra Egipto, y esta montevideana comienza a celebrar con unas palabras que no puedo repetir acá.
En completa discordancia con la crudeza del festejo de la seguidora charrúa, discretamente sentadas sobre la calzada veo a dos mujeres jóvenes muy delgaditas, ataviadas con unos tocados a la usanza musulmana. Sonríen de oreja a oreja; a esa imagen yo la titularía “Liberación”. Y nos ponemos a platicar para que, en un inglés depurado, una de ellas me diga: “Somos de Yemen, venimos a ver a los equipos árabes, esperamos que ganen, y hemos venido acá porque es una atmósfera apasionante, con gente de todo el mundo”. Se llama Marwa Sana, y verla y que te caiga bien es una misma cosa, por complicidad no sólo futbolera sino por el desenfado con que contribuye a que estar hoy mismo en Moscú sea una declaración y una fiesta.
Y decenas de miles de peregrinos de la pelota llegaron hasta el estadio Luzhniki y sus alrededores como si fueran peregrinos en la Meca, cada uno sufriendo privaciones, cumpliendo viejas promesas, persiguiendo un sueño de pelota.
Uno de ellos es Will Célica, un salvadoreño que se nos presenta como “el Ocho copas”. Es que no se ha perdido Mundial alguno desde Italia 1990. Originario de Lourdes, Colón, y radicado en Los Ángeles, California, ha venido para apoyar a Argentina. Para completar su casi religiosa marcha mundialista cada cuatro años, tiene programados sus ahorros en un plazo fijo. “La primera vez fui a la Copa del Mundo sólo por molestar”, dice.
Otro cuscatleco, este oriundo de Metapán, también se encamina al estadio con el brillo de conquistador en los ojos, casi llegando a El Dorado. Es Geovanny Martínez, y asegura que le tocó que vender los animalitos, los cerditos y las gallinas para poder costearse el viaje.
Dos peregrinos enfundados en un rojo ceremonial salen a nuestro paso, ella rusa, él salvadoreño. Son esposos: Svetlana Kolesnikova es de Siberia, y David Callejas es de Mejicanos. Llevan dos años juntos, intentando romper el choque cultural y lingüístico. Se conocieron a través de un amigo, y luego el e-mail y el Skype y el amor hicieron el resto. Casados en El Salvador y radicados en Guatemala, esto es un viaje mitad familiar y mitad de placer, sostienen.
“América Latina es otro mundo, no es como Rusia. Lo que me gusta es que ustedes son amables, todo sonrisas”, opina Svetlana.
Miguel Pereira, colombiano, pasa menos desapercibido que los salvadoreños; es imposible no voltearlo a ver con una gigantesca peluca amarilla que hace referencia al legendario crack cafetero “el Pibe” Valderrama.Está afónico por culpa del cambio de clima, del jetlag y de la emoción. Viene desde Pereira a apoyar a todos los países americanos, jura.
Una peruana de 32 años, Verónica Morales, ataviada con un bonito gorro rojiblanco con bisutería, es un ejemplo del amor futbolero. Capacitadora educativa, está en Rusia entusiasmada luego que Perú volviese al Mundial, algo que no ocurría desde 1982. Y no le importó ocupar casi todo el dinero de su liquidación en el trabajo, unos $5 mil dólares, en boleto aéreo y entradas para apoyar a la albiroja. “Siempre hemos querido que Perú volviera al Mundial… ¡Cómo no iba a venir!”
Otro peruano por allá, Ricardo Rojas, un joven ingeniero civil, se gastó la mitad que Verónica para cantarle al rojiblanco a todo pulmón; lo mismo unos ticos muy agradables, el matrimonio de Marvin Arroyo y Marilyn Padilla, un peruano con pinta de japonés que se llama Martín Chigoya, un mexicano vestido como el Chapulín Colorado… no hay reglas cerradas de vestuario en el culto del Mundial de los Últimos Días, que oficiará 30 días para no volver sino hasta 2022.