Brasil contra Costa Rica era un partido que prometía una latitud diferente al resto. Sin embargo fue una atmósfera donde ambos equipos no se arriesgaron ni buscaron el gol como se esperaba.
Brasil lo intentó un poco más y le valió para ganar sobre el tiempo de reposición gracias a los goles de Philippe Coutinho y Neymar.
Pero esta no será una crónica del partido sino una percepción del comportamiento de los jugadores dentro de la cancha. Empezaré por el que busca atraer siempre la atención: Neymar. Un jugador que hace mil cosas para poner todos los focos a su dirección como el único director de la banda verdeamarela.
Busca las faltas y en otras las exagera. Reclama al árbitro cualquier entrada y al final siempre termina en el césped. Toma el balón rápidamente cuando hay una falta; es la primera opción para ejecutar un tiro libre, un penal…Todos los focos son para Ney.
Neymar, la figura brasileña
Y es que Neymar se lanza y todo y exige penal. Él ya tiene el balón en sus manos e intenta presionar al árbitro Bojorn Kuipers para que le señale todo con poco éxito porque el neerlandés no se traga uno y demuestra conocer la picardía del astro del PSG.
Pero hubo penal, Bojorn no se lo traga y pide revisión del VAR, dudando si realmente era o no falta. Confirmado: No era penal pero tampoco tomó la tarjeta amarilla para amonestarlo, como si lo hizo minutos después luego de un reclamo airado del ex azulgrana.
Marcelo alzó sus manos en señal de inconformidad pero el partido siguió su curso al igual que el marcador. Un jugador que suele ser expresivo en la cancha, al igual que Casemiro, no tuvieron el protagonismo que en el Real Madrid con sus reacciones. Esto es Brasil y las cirscuntancias son diferentes.
El que si es sereno bajo el travesaño es Keylor Navas. Frío y calculador como pocos, el meta de los merengues era el principal referente de la selección centroamericana. Muestra seguridad y control en su área.
Un portero que al final del encuentro fue el único que tuvo el gesto de despedirse y agradecer al público tico por apoyarlos.
Pero Neymar no es así. Luego del gol se desbordó en llanto y al final terminó cubriéndose el rostro y las lagrimas como una muestra de que luego de haber superado la lesión regresa y con el gol.
Jugadores como Coutinho, Paulinho, Thiago Silva se dedican a jugar y no reclamar. Y luego tenemos a los aficionados que dan cuerda a su creatividad y siempre presentan los mejores atuendos como sombreros, ropa, pinturas, pancartas… La verdeamarela sufrió y todavía no tiene los deberes hechos.
Misha y Nastya decidieron casarse hoy. Luego celebraron en San Petersburgo.
Boda, turismo y mucha euforia por el fútbol se siente en la calles de San Petersburgo, por donde hoy me costó moverme, debido a la gran cantidad de aficionados que ya deambulan en esta ciudad rusa. El peregrinaje de los hinchas inicia sobre la calle Nevsky Prospekt y llega hasta el Fan Fest o hacia el Museo Hermitage.
En tiempo de Mundial la fiebre se desata y las calles de San Petersburgo cada vez se ven más pobladas de aficionados brasileños, ticos, argentinos, peruanos… es una mezcla de naciones bajo la misma sinfonía. En cada rincón hay un viajero orgulloso con los colores de su bandera y aunque no entienden ruso, se la pasan bien.
San Petersburgo ofrece un abanico de destinos a los aficionados, cuando no están viendo fútbol. Uno de ellos es el Palacio Peterhof, a unos 45 minutos en vehículo. Está a orilla del Golfo de Finlandia y es uno de los Patrimonios de la Humanidad llamado Centro Histórico de San Petersburgo.
Todo turista que lo ve queda impresionado y le brillan los ojos. Es tan fascinante incluso para los mismos rusos, como el caso de Misha y Nastya, que decidieron realizarse la sesión de fotos de su boda en este lugar, como un sello imborrable de su amor.
Posaban de una forma y otra tratando de tener muchos ángulos del majestuoso lugar. Se les notaba la emoción y Nastya, que se defiende un poco con el inglés, dijo que se casaron en esta fecha por que “es emocionante conocer a los fanáticos del fútbol”.
El hermoso Palacio Peterhof recibió a miles de turistas esta semana.
Un minuto de silencio…
Cerca de la Catedral del Salvador, en la plaza Konyushennaya, se desarrolló el Fan Fest de San Petersburgo, con tres pantallas para los aficionados.
Lo más curioso es que hubo un minuto de silencio para los pocos aficionados argentinos que se acercaron con la ilusión de ver ganar a su equipo, pero que se fueron humillados luego de ver el 3-0 que les metió la Croacia de Luka Modric. Lukita para los más cercanos.
Aficionados en el Fan Fest de San Petersburgo, donde vieron la derrota de Argentina ante Croacia.
Eran pocos los argentinos en el Fan Fest, pero estaban evidentemente frustrados y ocultaban sus camisas bajo los abrigos. Se fueron en silencio, contrario a como llegaron.
Dependen de uno solo, de Messi claro. “Pero si no hay nadie que le ayude no pueden hacer nada”, analizaba Gustavo Ortíz, quien lleva más de 20 años dándole seguimiento a la selección albiceleste como fotoperiodista.
Desde el Fan Fest se sentían más los nervios y aunque había mucha gente al final no fue posible gritar más. El minuto de silencio por los argentinos se impuso.
El estadio de San Petersburgo, con un estilo arquitectónico particular que lo hace parecerse mucho a una nave espacial, es un estadio nuevecito nuevecito construido expresamente para esta máxima fiesta.
Se encuentra justo en el centro entre el río Neva y un parque de atracciones al que se denomina la Isla Krestovsky.
Llegar a este escenario no es nada fácil si lo hacés del lado del parque de atracciones, es un recorrido de al menos seis kilómetros. Sin embargo, la oportunidad de caminar entre una senda rodeada por árboles, básicamente coníferas, y disfrutar de un clima así de fresco, fácilmente los 15 grados, fue una terapia para todos los que nos dimos cita al estadio.
Y aunque el otro acceso al escenario por la estación de metro Novokrestovskaya, que es la más próxima, parece más fácil y más cómodo, la mayoría del público extranjero, asiático sobre todo, eligió la vuelta larga.
Grupo LPG también se tomó esta caminata previo al partido Rusia contra Egipto, el primero que veremos a ras de grama en esta ciudad hermosa y cosmopolita.
Llovió fuertemente por la noche y eso le dio un tono gris e invernal al amanecer, pero conforme el día fue avanzando, la humedad cedió un poco, aunque hay un olor en el aire que juraría es a hielo, a escarcha. Púchica, es lo que pasa cuando metés a uno de nosotras, hijas del Trópico, en estos lugares.
En otras palabras, el clima no fue feo pero sí algo incómodo si no cuentas con la ropa idónea. Para mi favor, el estadio tiene una cubierta retráctil, una cosa espectacular, y su campo es antideslizante, de ahí que el recinto puede albergar todo tipo de certámenes y actos a lo largo del año: incluso en invierno, la temperatura en su interior se mantiene siempre a 15 grados, me cuentan. Ni me quiero imaginar el frío que debe hacer por acá en esa época del año, ¿cómo hacen los latinos para soportar ese frío? ¿A puro vodka?
Claro, el fútbol calienta todo, la pasión de los aficionados aumenta centígrados conforme el torneo avanza y la sensación de que cualquiera le puede ganar cualquiera cuece.
Y así, desde la noche del lunes Egipto comenzó a calentar el partido y darle un tono más simpático a San Petersburgo.
Muchos aficionados animaban las calles con sus cánticos para Mohamed Salah, y esa fue la tónica de toda la noche del lunes. Al oírlos, suenan como un coro onomatopéyico, algo así como un zumbido que al poco rato interpretas como “MoooooSalah”, como si fueran unas chicharras chifladas que hablan en lenguas; luego me pierdo en lo que dicen pero la reverencia con que lo hacen te enchina la piel… Bueno, eso y el frío.
La selección rusa también cuenta con su fanaticada, seguidores no solo del país que representan, sino una afinidad que abarca varias fronteras como el caso de una familia de Mongolia que junto a sus dos hijos que apoyan a Rusia por considerarlo “un vecino amistoso”, o al menos eso es lo que entiendo en su incomprensible inglés.
CERCA DEL FARAÓN
Estoy ubicada cerca, muy cerca del tiro de esquina, tanto que puedo ver a los jugadores a apenas unos 5 metros, y ni se diga cuando cobran un córner.
La perspectiva desde acá es de lo más emocionante porque no sólo estás a un palmo de metros de los protagonistas sino que, comparada con toneladas de juegos de la liga mayor que me ha tocado cubrir, la velocidad a la que se juega es pasmosa, una cosa que no te cabe en la cabeza.
Eso… y Mo Salah.
Todos los fotoperiodistas estábamos allí para captar la mejor instantánea de Salah, salvo algunos rusos que cada vez que se aproximaba y no soplaba la flauta, se congratulaban de modo poco diplomático.
Adentro sentías un frío hasta los tuétanos, con muchas ráfagas de viento… la temperatura de trabajo al ras del engramillado quizás rondó los 11 grados a nivel de sensación térmica. Pero la noche pintaba caliente para los rusos, que pronto vieron cómo la inercia del encuentro fue completamente favorable.
Me descorazonó un poco verlo tan triste a Salah, me quedó la impresión de
un verdadero patriota, de un hombre muy respetuoso del dolor
de sus paisanos en las gradas, y un profesional y un caballero con sus
contricantes y cuerpo arbitral. Me atrevo a decir que los suyos fueron por unos largos minutos y hasta que
se retiró del terreno, despidiéndose honroso de sus fans, los ojos más triste del Mundial.
Rusia es la casa de 77 millones de mujeres… eso es 10 millones más rusas que rusos.
Y aunque decir que el fútbol no tiene barreras de sexo es un lugar común, por las gradas de los estadios moscovitas y ayer en el inmenso FanFest de la capital rusa, se aprecian tantas mujeres como hombres, viviendo este mes sabático con la misma pasión.
“Amo el fútbol porque amo el espíritu del juego, el jugar en equipo, el construir como equipo, y eso es algo que el mundo necesita, que mi país también necesita cultivar”, nos explica la egipcia Dalia, una joven de 23 años, su presencia en estas tierras, apoyando a “los Faraones”.
Me encuentro a Dalia camino a la concentración de la selección argentina, que decidió quedarse encerrada en lugar de reconocer el campo del estadio Spartak, adonde debutará hoy (a las 7 a.m. hora de El Salvador) contra Islandia, ¿una mezcla de Frozen con la Cenicienta, no?
Y en vía hacia Bronnitsy, situada a 60 kilómetros, también conversé con Camila Libardi, una simpática brasileña que llegó desde Sao Paulo porque el fútbol le parece feliz, y con eso le basta. En el fondo, lo que me está diciendo es que no hay un motivo en particular porque le deba o no gustar, simple y sencillamente “let it be”, y dejarte llevar.
Aún más sonriente luce Raquel Weitzman, una argentina de 38 años muy relajada radicada en Israel que sostiene que tomó la decisión de venirse a ver el Mundial en noviembre de 2016, cuando visitó a su familia en Buenos Aires y se citó con unos amigos de la primaria. “Y entonces le dije a mi marido, ‘me voy a ver la Copa dentro de dos años. Si querés venir, estás invitado’. Y comenzamos a ahorrar plata, dejé a mis tres hijos con una niñera. Digo, había que cumplir este sueño.”
Al llegar a la concentración, llama mi atención un trío de fans que manipulan una pequeña estatuilla de Lionel Messi rodeado de aficionados, una cosa preciosa a la que reverencian tanto como si fuera un huevito Faberge.
Son Romina Barrientos, Javier Heredia y Mariano Heredia, unos salteños que se animaron a venirse a Rusia para entregarle a Lionel Messi un diorama (una maqueta, pues) inspirado en su persona. Romina habla poco pero está acá tras venirse en la misma procesión futbolera que sus paisanos: “Lo menos que espero es que Argentina llegue a cuartos de final”, sentencia.
Termino el día en la Colina de los Gorriones, un descampado enorme que queda en lo alto de la geografía moscovita, con una vista impresionante del estadio Luzhniki y adonde se ha instalado un FanFest con pantallas gigantescas para que los aficionados que no consiguieron entrada puedan pasarlo bien.
Mientras platico con una uruguaya, Andrea Josefina Giucci, José Giménez se eleva y con un cabezazo que desde ahora entra al libro del fútbol uruguayo, resuelve el serio problema del partido contra Egipto, y esta montevideana comienza a celebrar con unas palabras que no puedo repetir acá.
En completa discordancia con la crudeza del festejo de la seguidora charrúa, discretamente sentadas sobre la calzada veo a dos mujeres jóvenes muy delgaditas, ataviadas con unos tocados a la usanza musulmana. Sonríen de oreja a oreja; a esa imagen yo la titularía “Liberación”. Y nos ponemos a platicar para que, en un inglés depurado, una de ellas me diga: “Somos de Yemen, venimos a ver a los equipos árabes, esperamos que ganen, y hemos venido acá porque es una atmósfera apasionante, con gente de todo el mundo”. Se llama Marwa Sana, y verla y que te caiga bien es una misma cosa, por complicidad no sólo futbolera sino por el desenfado con que contribuye a que estar hoy mismo en Moscú sea una declaración y una fiesta.
Y decenas de miles de peregrinos de la pelota llegaron hasta el estadio Luzhniki y sus alrededores como si fueran peregrinos en la Meca, cada uno sufriendo privaciones, cumpliendo viejas promesas, persiguiendo un sueño de pelota.
Uno de ellos es Will Célica, un salvadoreño que se nos presenta como “el Ocho copas”. Es que no se ha perdido Mundial alguno desde Italia 1990. Originario de Lourdes, Colón, y radicado en Los Ángeles, California, ha venido para apoyar a Argentina. Para completar su casi religiosa marcha mundialista cada cuatro años, tiene programados sus ahorros en un plazo fijo. “La primera vez fui a la Copa del Mundo sólo por molestar”, dice.
Otro cuscatleco, este oriundo de Metapán, también se encamina al estadio con el brillo de conquistador en los ojos, casi llegando a El Dorado. Es Geovanny Martínez, y asegura que le tocó que vender los animalitos, los cerditos y las gallinas para poder costearse el viaje.
Dos peregrinos enfundados en un rojo ceremonial salen a nuestro paso, ella rusa, él salvadoreño. Son esposos: Svetlana Kolesnikova es de Siberia, y David Callejas es de Mejicanos. Llevan dos años juntos, intentando romper el choque cultural y lingüístico. Se conocieron a través de un amigo, y luego el e-mail y el Skype y el amor hicieron el resto. Casados en El Salvador y radicados en Guatemala, esto es un viaje mitad familiar y mitad de placer, sostienen.
“América Latina es otro mundo, no es como Rusia. Lo que me gusta es que ustedes son amables, todo sonrisas”, opina Svetlana.
Miguel Pereira, colombiano, pasa menos desapercibido que los salvadoreños; es imposible no voltearlo a ver con una gigantesca peluca amarilla que hace referencia al legendario crack cafetero “el Pibe” Valderrama.Está afónico por culpa del cambio de clima, del jetlag y de la emoción. Viene desde Pereira a apoyar a todos los países americanos, jura.
Una peruana de 32 años, Verónica Morales, ataviada con un bonito gorro rojiblanco con bisutería, es un ejemplo del amor futbolero. Capacitadora educativa, está en Rusia entusiasmada luego que Perú volviese al Mundial, algo que no ocurría desde 1982. Y no le importó ocupar casi todo el dinero de su liquidación en el trabajo, unos $5 mil dólares, en boleto aéreo y entradas para apoyar a la albiroja. “Siempre hemos querido que Perú volviera al Mundial… ¡Cómo no iba a venir!”
Otro peruano por allá, Ricardo Rojas, un joven ingeniero civil, se gastó la mitad que Verónica para cantarle al rojiblanco a todo pulmón; lo mismo unos ticos muy agradables, el matrimonio de Marvin Arroyo y Marilyn Padilla, un peruano con pinta de japonés que se llama Martín Chigoya, un mexicano vestido como el Chapulín Colorado… no hay reglas cerradas de vestuario en el culto del Mundial de los Últimos Días, que oficiará 30 días para no volver sino hasta 2022.
La inventiva de la gente no tiene límites. Unos brasileños se trajeron un verdadero minimercado que incluye banderas, gorros verdiamarillos, camisetas y otros souvenirs de la pentacampeona del mundo, y se apuestan en las banquetas de la calle Nikolskaya, para venderlas por unos cuantos rublos. Son tan geniales que incluso han escrito en ruso los precios e indicaciones. Para que veamos que la cachada es permitida en todas las culturas.
Esto se descontroló, esto ya sabe a Babel. Aunque seguramente los que construyeron la torre del Génesis no se lo pasaron tan bien… no tenían al fútbol.
La gente se reconoce las nacionalidades, y con ella los pecados e historias, al ver las banderas y las camisetas que portan los extraños de enfrente. Y de la nada emergen ticos, unos que presumimos son africanos aunque los del Norte de África pasan fácilmente por árabes, europeos de todos los colores… Los ves ataviados con los adornos más exóticos: un sombrero bombacho que parece una construcción bizantina, un penacho alusivo a un tigre que le apreciamos a un fan colombiano sensacional, vikingos argentinos, mexicanos disfrazados como rusos y rusos disfrazados de charros mexicanos…
No es lo mismo un turista que un aficionado haciendo turismo; el segundo es desinhibido por completo, y su desenfado es contagioso.
Yo misma, que estoy en misión profesional, de repente respiro un aire distinto, eres parte de algo más grande, de un paréntesis en el mundo en que no sólo se celebra al fútbol sino a la capacidad de la gente de reconocerse como una sola familia.
Es lo que percibo cada vez que digo -con un progreso en mi pronunciación, espero- “bolshói spasibo”… muchas gracias, pues. Y me toca decirlo seguido porque cada vez que me desubico siguiendo el mapa, el moscovita me redirige amable.
DESCUBRIMIENTOS
Fue un día de descubrimientos personales.
Primero, descubrí que me gusta la comida rusa. Es que al fin probé la sopa borsht. Por 315 rublos, unos cinco dólares, disfruté de un sabroso menjurje que preferí comerme caliente, aunque dicen que fría sabe igual de buena. Tenía rajitas de remolacha, carne y unos cuantos frijoles, pero no como los nuestros, un frijol igual de sabroso. Le agregas crema y un aderezo con cierto dejo a ajo y les juro que levanta a cualquier muerto. Deliciosa, energizante.
Segundo, descubrí los buses. Hasta ahora me había movilizado en el subterráneo pero hoy apelé a la versión rusa de nuestro SITRAMS. Claro, muy ordenado,
carril especial que nadie invade, limpieza espectacular.
Y tercero, después de mucho ver a los rusos, realicé que son gente especial, disciplinada, ordenada, y que en su ADN tienen eso de respetar el sistema que sea. Anoche, a eso de las 10:30 p.m., vi a una multitud saliendo del teatro, y pese a la hora, a las circunstancias excepcionales y a que estaban en modo “cool”, mantenían el orden, como si hubiera un director invisible que los condujera por calles y aceras.
Eso fue lo más célebre de un día en el que la sensación más fuerte es de inminencia. Preparativos por acá y por allá, personal de limpieza metiéndole duro a todo, andamios, grúas, policías. La seguridad se ha extremado a tal grado que hoy, al entrar el estadio Luzhniki, me tocó encender la computadora, es decir que ya no basta con los puntos tradicionales de control.
Y así, entre el furor de los hinchas y la concentración de los organizadores, la vigilia del Mundial se terminó. La próxima vez que les escriba, Rusia 2018 habrá llegado a nuestros corazones.
Ayer, en el Día Nacional de Rusia, los moscovitas se permitieron sonreir con los cientos de aficionados de todo el mundo que ya se apelmazan en sus calles, cantando himnos que no alcanzan a entender.
Fue un día para dar vueltas en redondo, encontrar calles cerradas, recibir instrucciones incomprensibles de policías y militares. Parecía, al menos al inicio del martes, como si Moscú se preparase para una invasión. Pero terminó invadida de modo amistoso por aficionados de cada vez más países, que aprovechan cada esquina para cantar sus consignas.
El Día Nacional de Rusia, que se festeja cada 12 de junio, fue la ocasión propicia para que turistas y anfitriones rompiéramos el hielo. Los moscovitas lucían relajados, en una explosión de folclore y música por todas las calles. Así celebran la desaparición de la Unión Soviética y el restablecimiento de la soberanía rusa: exhibiendo toda su identidad nacional, que soportó la convivencia con los hábitos y culturas de las otras repúblicas socialistas imponiendo su hegemonía.
Ese orgullo ruso fue perceptible ayer, pero de un modo amistoso, cálido. Así me lo hicieron sentir dos amigas inesperadas, Tania y Lida, dos señoras muy bonachonas que me honraron poniéndome una tiara kokoshnik, que es una suerte de gorro redondeado con bisutería al frente. El que me puse fue uno rojo con verde y vivos blancos, sin duda un símbolo de la grandeza de épocas anteriores de la historia rusa
En cada esquina escuchábamos música rusa tradicional, entre ellas unas muy sentidas por la gente mayor, como “Válenki” y “Vinovata li ya”, que deben ser el equivalente a las rancheras en México o algunas cumbias de esas que duelen en El Salvador.
Lo agradable de la mañana y del escenario le permitía a la multitud lidiar con el montón de puestos de seguridad, un anillo no sólo periférico a la Plaza Roja sino que también tenía sus estaciones internas.
Grupos familiares enormes y de probablemente distintos puntos del país a juzgar por sus tan diferentes facciones -unos parecen asiáticos con ojos muy rasgados, otros son blanquitos con ojos de color y otros tienen cierto dejo árabe, ¡rusos todos!- animaron la jornada husmeando entre los escenarios, en las tiendas souvenirs o tomándose un café en las calles Kuznetsky Most, Teatralnaya Square y Arbat, o alrededor de las catedrales de Kazán y San Basilio.
A los sudamericanos que ya fueron mayoría ayer en la pelea invisible entre los nacionalismos presentes, se sumaron egipcios, franceses e incluso salvadoreños.
Lo de ayer fue como un Fan Fest no oficial que permitió a los turistas recién llegados entrar en cómo contacto con la situación, con las calles principales y con el sistema de transporte. El idioma sigue siendo un valladar, pero a la larga todos logramos entendernos, excepto cuando de comer se trata.
En el apartado gastronómico, esto es un reto gigantesco, aunque debo confesarme fan de un restaurante impronunciable en el que puedes leer el menú con traducciones al español. Lamentablemente no me bastará con este sitio a menos que quiera pasar toda mi estancia comiendo piernas de pavo, hot dogs, salchichas en salsa, galletitas y elotes.
La cuestión es que Rusia se está dando a querer. Si le hallamos el lado, terminaremos entendiéndonos antes del pelotazo inicial.
Matías Amaya luce agotado, con un look de naufrago y barba de profeta, pero feliz. Feliz porque está en el corazón no sólo de Rusia, sino del planeta, porque en eso se convertirá Moscú en las próximas horas. Y agotado porque para venir acá debió, durante cuatro años, recorrer 37 países y 80 mil kilómetros con un equipaje de 90 kilos en su bicicleta.
No pudo terminar su aventura en un día mejor: 12 de junio, justo cuando se celebra el Día de Rusia. “Me siento muy feliz de haber llegado a Moscú y poder compartirlo con la familia, con todas las personas que me han seguido a través de internet… sin ellos no lo hubiese logrado, por eso todo el cariño para ellos”, me dijo mientras la gente le aplaudía a su paso por la calle Teatralnaya Square, rodeado de fotógrafos y personas que buscaban la foto para el recuerdo.
Matías viene desde San Juan, Argentina. Tomó la decisión de emprender este viaje justo cuando Brasil 2014 terminaba. “Ahí mismo, en Brasil (adonde también había llegado bicicleteando), tomé la decisión de no volver a casa y tomar mi viaje hacia Rusia 2018”, recuerda.
En su recorrido pasó por El Salvador, y no le quedamos mal. “Fue muy lindo, la pasé bien en ese lugar”, expresó este campeón de la carretera, que sostiene que no necesita llevar dinero en sus bolsillos porque la generosidad de la gente le basta para encontrar cobijo y comida.
Juan Posada grita a los cuatro vientos moscovitas “¡Qué viva El Salvador!”
“El Salvador, El Salvador.”
Y al voltear a ver, una bandera con el hermoso escudo y las dos franjas azul cielo, separadas por el blanco de la paz. Y aquellos rostros más reconocibles que un dui. Sí, inesperada reunión de salvadoreños en la calle Arbat.
Pedro Paz, Juan Posada, Mario Cuenca y Fátima Hernández, enfundados con unas camisetas azules en las que se lee “Mágico 11” y armados de la imperdible bandera, eran entrevistados por varias personas. Algunos se tomaban fotos con ellos, mientras los enviados de una televisora peruana y unos colegas de Telemundo hacían cola para entrevistarlos.
Pero nomás me identifiqué, todos tuvieron que esperar. Sorry, cosas de la sangre.
El grupo hizo posible el viaje de sus vidas luego de probar suerte con la compra de las entradas en línea en septiembre; una vez les salieron algunos de los tiquetes de entre los siete partidos que habían pedido, no les quedó más remedio que tomar la decisión. Con algunos ahorros y otros esfuerzos, algún préstamo por acá y apretón de cincho por allá, compraron sus boletos y se aventuraron hacia Moscú, previa parada en la holandesa Amsterdam.
“Nos metimos a clases de ruso… la verdad es que Juan es el que más aprendió.” Y entonces Mario llama a Juan, que básicamente aprendió a presentar al grupo y a saludar al ruso que se aproxime, eso sí, con una sonrisa que los moscovitas nunca habían visto. “Es que el calor latino no es mentira, la misma gente rusa se asombra de vernos acá, ayer eran las 4 a.m. y en las inmediaciones de la Plaza Roja estábamos con argentinos y uruguayos saltando, bailando”, sostiene.
Pedro Paz, Juan Posada, Mario Cuenca y Fátima Hernández, aficionados salvadoreños posando con la bandera en Moscú.
Llegaron el lunes por la madrugada tras hacer el trayecto San Salvador-Panamá-San José-Los Ángeles-Amsterdam. Están como en un trance de felicidad, considerando además que Mario cumple años mañana. “Hemos cumplido el sueño de nuestras vidas”, confiesa emocionado.
Al rato se les suma una quinta compatriota residente en Moscú. Se llama Saraí Zúniga y es estudiante de ingeniería aeronaútica, y sobre sus destrezas en el idioma, podemos decir que les ayudará a pedir los platos más impronunciables, aunque falló un poquito cuando le pedimos asistencia en la pronunciación de los nombres de algunos de los seleccionados rusos.
Desde mayo de 2016, Rusia y El Salvador mantienen un acuerdo que permite a ciudadanos de ambos países viajar y permanecer en ambas naciones sin visa por 90 días calendario. Indiscutiblemente, quizá ese convenio sea más beneficioso para El Salvador en lo comercial, pero durante el Mundial, los rusos se verán beneficiados por la exportación de las sonrisas de nuestros jóvenes.
Puede parecer un detalle menor pero la verdad es que tomando en cuenta lo duro de las medidas de seguridad, será bastante difícil permanecer en Moscú y ni se diga movilizarse a las otras sedes que tengo en mi itinerario (San Petersburgo, Nizhny Nóvgorod y Kazán) sin este documento.
No es que el ambiente sea muy militarizado pero ves seguridad en todo momento, como si hubieran repartido a todos los policías para que haya uno cada 500 metros. Cerca del Kremlin, uno de ellos alejaba a un indigente, que le respondía con el semblante descompuesto. Pero los rusos aseguran que los agente están cada vez de mejor humor, gracias al Mundial. ¿Será?
Para recoger la acreditación, tuve que enfilar temprano al estadio Luzhniki, queserá sede del partido inaugural dentro de 48 horas, entre Rusia y Arabia Saudita. El escenario es muy bonito, limpio, con una pulcritud casi que de monumento público en su fachada; de adentro es poco lo que puedo decir porque no se me permitió ni siquiera asomarme a la cancha.
El chequeo para entrar al estadio fue meticuloso con mayúscula. Una vez tienes la credencial, hay una máquina que lee el código de barras del documento, y luego el equipo fotográfico, móvil, computadora, todo pasa por un escaneo, mientras que tú también cruzas una detectora de metales, y luego te hacen otro registro como si estuvieras en cualquier aeropuerto estadounidense.
Adentro, hay un correr y entrar de gente
intenso, ultimando preparativos para la inauguración. Ves gente colocando stands, limpiando, haciendo pruebas de transmisión… No es un buen lugar para estar, lógicamente, así que en cuanto junte mis documentos, me largué. La dejaremos para el jueves, Luzhniki.
LA CALLE ADOPTIVA
Al salir del estadio, me dirigí a la Plaza Roja, que queda a unos 30 minutos en metro.
El metro es complicado, no voy a mentirles. Apenas hoy comenzaron a poner letreritos en inglés adentro de las unidades; eso no vuelve menos difícil entender el sistema, aunque en mi caso, sé que del estadio a la Plaza sólo debo seguir el trayecto rojo.
La organización ha tenido la amabilidad de darnos un pase de metro gratuito a todos los periodistas acreditados por la Federación Internacional de Fútbol (FIFA), que así nos ahorramos los 32 rublos de cada viaje, con independencia de los destinos. Digo, no es tanto pues, como 0.40 centavos de dólar, pero ha sido un primer gran detalle, ¿no?
Llegué a la Plaza Roja pero el paso estaba cerrado, precisamente por las instalación que se hace de estructuras comerciales, operativos de seguridad y demás previos no sólo al Mundial sino a la celebración, este martes, del Día de Rusia.
Todos los 12 de junio se conmemora la declaración de la soberanía de la Federación de Rusia que puso fin a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS, o CCCP según lo que decían las famosas camisetas que esa selección ocupó entre 1958 y 1990). Ese día hay conciertos, bailes y demás al aire libre, y sin duda será el modo más amable en que los rusos podrán recibir a los miles de aficionados de todo el mundo que se esperan en las próximas 48 horas.
Como la zona está cerrada, a los turistas que ya circundan el centro de Moscú no les quedó de otra que hacer sus manifestaciones de alegría en una calle aledaña, la calle Arbat, que es una peatonal chiquita, quizá de un kilómetro de largo.
La calle tiene mucha historia pero a los aficionados, sobre todo argentinos, colombianos, peruanos, mexicanos y brasileños que ayer la hicieron suya con cánticos como “Campeones como en el 86, oe, oe, oe, oe” o “El que no salte es uruguayo”, poco les importaba estar frente al restaurante en el que el escritor León Tolstoi se juntaba con sus amigos, o la historia de la escultura de Pushkin y Natalie.
Uno de ellos, de nombre Sebastián, un hombre joven que se vino desde Bahía Blanca, Argentina, tras gastarse $5 mil dólares en boleto, hoteles y entradas para los tres juegos de primera ronda de la albiceleste, le tomaba fotos a todos sus paisanos, indiferente a toda la infraestructura.
En la medida que el día fue progresando y el clima fue mejorando (de los 6 grados con que amanecimos a los 18 grados a eso de las 5:30 p.m., con sol incluido), los aficionados se fueron multiplicando, de modo que al caer la tarde ya se había montado una buena mancha de colores azules, amarillos, rojos y verdes, los de las bufandas y banderas de la gente. Lo que más me sorprendió fue ver a una nutrida barra de iraníes. En un inglés que sufrimos tantos ellos como yo, nos comunicamos. Una de ellos me preguntó “¿de qué país vienes?”. Y asombrados, me dijeron que sabían de El Salvador. “Centroamérica, Centroamérica”, repetía otro, exhibiendo sus conocimientos de geografía.
NUMERITOS
Es imposible no hacer automáticamente el cambio de moneda cuando te tomas un café o te compras una botella de agua. La botella de medio litro te cuesta 100 rublos, es decir, como $1.50 dólares, comprada a paso de peatón. Matrioshkas de los jugadores (una cosa entre divertida y horrible, porque las caras de los jugadores sinceramente no pegan con el diseño de estas artesanías), 2 mil 200 rublos… 33 dolaritos. Unos ushanka, gorros súper ricos para que no se te enfríen las orejas, valen 5 mil 200 rublos… ¡$78 dólares! Tocará enfriarse las orejas.
Hay cada experiencia según la suerte del turista. Algunos se quejan de haber cambiado rublos a razón de 40 por un dólar, mientras otros festejan que lo hicieron antes de venir a Moscú y recibieron hasta 70 por dólar.
Una de las vendedoras de artesanías, curiosa luego de intentar sin éxito adivinarme el acento, me preguntó de dónde vengo. Y repitió varias veces “El Salvador, El Salvador”, con una sonrisa quizá de incredulidad. Alcanzó a recomendarme, supongo que de buena fe, que no me viaje de vuelta sin tomarme una sopita borsch. “Da lo misma caliente que helada.”
Pero en Moscú, desde hoy, nada luce helado, porque los fanáticos de todo el mundo comienzan a traer los olores y apetitos del deporte más caliente.
Acá les dejo un vídeo que resume esa sensación, con clips que recogí en este martes premundialista.