Rusia es la casa de 77 millones de mujeres… eso es 10 millones más rusas que rusos.
Y aunque decir que el fútbol no tiene barreras de sexo es un lugar común, por las gradas de los estadios moscovitas y ayer en el inmenso FanFest de la capital rusa, se aprecian tantas mujeres como hombres, viviendo este mes sabático con la misma pasión.
“Amo el fútbol porque amo el espíritu del juego, el jugar en equipo, el construir como equipo, y eso es algo que el mundo necesita, que mi país también necesita cultivar”, nos explica la egipcia Dalia, una joven de 23 años, su presencia en estas tierras, apoyando a “los Faraones”.
Me encuentro a Dalia camino a la concentración de la selección argentina, que decidió quedarse encerrada en lugar de reconocer el campo del estadio Spartak, adonde debutará hoy (a las 7 a.m. hora de El Salvador) contra Islandia, ¿una mezcla de Frozen con la Cenicienta, no?
Y en vía hacia Bronnitsy, situada a 60 kilómetros, también conversé con Camila Libardi, una simpática brasileña que llegó desde Sao Paulo porque el fútbol le parece feliz, y con eso le basta. En el fondo, lo que me está diciendo es que no hay un motivo en particular porque le deba o no gustar, simple y sencillamente “let it be”, y dejarte llevar.
Aún más sonriente luce Raquel Weitzman, una argentina de 38 años muy relajada radicada en Israel que sostiene que tomó la decisión de venirse a ver el Mundial en noviembre de 2016, cuando visitó a su familia en Buenos Aires y se citó con unos amigos de la primaria. “Y entonces le dije a mi marido, ‘me voy a ver la Copa dentro de dos años. Si querés venir, estás invitado’. Y comenzamos a ahorrar plata, dejé a mis tres hijos con una niñera. Digo, había que cumplir este sueño.”
Al llegar a la concentración, llama mi atención un trío de fans que manipulan una pequeña estatuilla de Lionel Messi rodeado de aficionados, una cosa preciosa a la que reverencian tanto como si fuera un huevito Faberge.
Son Romina Barrientos, Javier Heredia y Mariano Heredia, unos salteños que se animaron a venirse a Rusia para entregarle a Lionel Messi un diorama (una maqueta, pues) inspirado en su persona. Romina habla poco pero está acá tras venirse en la misma procesión futbolera que sus paisanos: “Lo menos que espero es que Argentina llegue a cuartos de final”, sentencia.
Termino el día en la Colina de los Gorriones, un descampado enorme que queda en lo alto de la geografía moscovita, con una vista impresionante del estadio Luzhniki y adonde se ha instalado un FanFest con pantallas gigantescas para que los aficionados que no consiguieron entrada puedan pasarlo bien.
Mientras platico con una uruguaya, Andrea Josefina Giucci, José Giménez se eleva y con un cabezazo que desde ahora entra al libro del fútbol uruguayo, resuelve el serio problema del partido contra Egipto, y esta montevideana comienza a celebrar con unas palabras que no puedo repetir acá.
En completa discordancia con la crudeza del festejo de la seguidora charrúa, discretamente sentadas sobre la calzada veo a dos mujeres jóvenes muy delgaditas, ataviadas con unos tocados a la usanza musulmana. Sonríen de oreja a oreja; a esa imagen yo la titularía “Liberación”. Y nos ponemos a platicar para que, en un inglés depurado, una de ellas me diga: “Somos de Yemen, venimos a ver a los equipos árabes, esperamos que ganen, y hemos venido acá porque es una atmósfera apasionante, con gente de todo el mundo”. Se llama Marwa Sana, y verla y que te caiga bien es una misma cosa, por complicidad no sólo futbolera sino por el desenfado con que contribuye a que estar hoy mismo en Moscú sea una declaración y una fiesta.
Felicitaciones un buena narración