Ayer, en el Día Nacional de Rusia, los moscovitas se permitieron sonreir con los cientos de aficionados de todo el mundo que ya se apelmazan en sus calles, cantando himnos que no alcanzan a entender.
Fue un día para dar vueltas en redondo, encontrar calles cerradas, recibir instrucciones incomprensibles de policías y militares. Parecía, al menos al inicio del martes, como si Moscú se preparase para una invasión. Pero terminó invadida de modo amistoso por aficionados de cada vez más países, que aprovechan cada esquina para cantar sus consignas.
El Día Nacional de Rusia, que se festeja cada 12 de junio, fue la ocasión propicia para que turistas y anfitriones rompiéramos el hielo. Los moscovitas lucían relajados, en una explosión de folclore y música por todas las calles. Así celebran la desaparición de la Unión Soviética y el restablecimiento de la soberanía rusa: exhibiendo toda su identidad nacional, que soportó la convivencia con los hábitos y culturas de las otras repúblicas socialistas imponiendo su hegemonía.
Ese orgullo ruso fue perceptible ayer, pero de un modo amistoso, cálido. Así me lo hicieron sentir dos amigas inesperadas, Tania y Lida, dos señoras muy bonachonas que me honraron poniéndome una tiara kokoshnik, que es una suerte de gorro redondeado con bisutería al frente. El que me puse fue uno rojo con verde y vivos blancos, sin duda un símbolo de la grandeza de épocas anteriores de la historia rusa
En cada esquina escuchábamos música rusa tradicional, entre ellas unas muy sentidas por la gente mayor, como “Válenki” y “Vinovata li ya”, que deben ser el equivalente a las rancheras en México o algunas cumbias de esas que duelen en El Salvador.
Lo agradable de la mañana y del escenario le permitía a la multitud lidiar con el montón de puestos de seguridad, un anillo no sólo periférico a la Plaza Roja sino que también tenía sus estaciones internas.
Grupos familiares enormes y de probablemente distintos puntos del país a juzgar por sus tan diferentes facciones -unos parecen asiáticos con ojos muy rasgados, otros son blanquitos con ojos de color y otros tienen cierto dejo árabe, ¡rusos todos!- animaron la jornada husmeando entre los escenarios, en las tiendas souvenirs o tomándose un café en las calles Kuznetsky Most, Teatralnaya Square y Arbat, o alrededor de las catedrales de Kazán y San Basilio.
A los sudamericanos que ya fueron mayoría ayer en la pelea invisible entre los nacionalismos presentes, se sumaron egipcios, franceses e incluso salvadoreños.
Lo de ayer fue como un Fan Fest no oficial que permitió a los turistas recién llegados entrar en cómo contacto con la situación, con las calles principales y con el sistema de transporte. El idioma sigue siendo un valladar, pero a la larga todos logramos entendernos, excepto cuando de comer se trata.